Ella estaba forjada de aleteos de pájaros, de madera de botes, de enredos de ramas desorientadas.
Ella tenía mensajes silenciosos escritos en hojas de parra escarchadas.
De pronto, lo vio acercarse a lo lejos entre la inmensidad de aquel presagio.
El viento insistía esparciendo el perfume a tronco mojado que el joven impregnaba con su ropa empapada.
Al llegar el presintió que en aquellos ojos se habían partido en pedazos todos los mañanas.
Se conmovió con su pena y alojó ese temblor entre su mirada.
La tomó de la mano y la llevó por un rumbo repleto de palabras.
Cristina Ferreyra
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