En tus ojos se debatió el temor a las palabras.
Quise matar el silencio, pero tampoco dije nada.
La libertad de lo absurdo se interpuso entre la tarde.
Tus pupilas alumbraron la dispersión expectante,
con lo incondicionado de aquella absoluta ausencia.
No existía incógnita más sedienta ni más perpleja,
ni armonías que hablaran con tanta certidumbre.
Te miré para poder adivinar que querías decirme,
pero un iris mojado me reflejaba en sus lágrimas.
Tus párpados se cerraron a algún triste sortilegio,
y la abstracción del aforismo se perdió en el aire.
Se alumbro de adiós el vacío de lo inesperado.
Me fui corriendo entre la tristeza de los sauces,
y la canción cristalizada en las cascadas del río.
Ya no quería saber lo que motivaba esa pena
y corría porque no quería perder tu compañía.
Con el tiempo comprendí los dilemas naturales
y la banalidad de enunciar la falta de esperanza.
Un adiós entre almas no se dice con palabras,
se percibe tocando las notas de lo inexplicable.
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