Lo conocí un verano en el que fuimos a visitar
a mis abuelos. Ellos vivían en una casa que quedaba en una colina.
Como en otros lugares, ahí también había un
personaje que se había vuelto leyenda,
transmitiendo valores y creencias de esa cultura.
No se sabía nada de él.
Solo que pasaba por la mañana temprano,
y regresaba por las tardes.
Lo llamaban “el solitario” o señor Juan”
En ese sitio, la hora de la siesta era
sagrada. Por eso, mi perro y yo, aprovechábamos ese momento, para
escaparnos a pasear por la lomada.
Un día en el que estaba jugando con Bruno, vi acercarse a Juan.
El hombre era extraño. Caminaba
descalzo, tenía un aspecto salvaje y
apacible a la vez. Su pelo era renegrido y largo y sus ojos oscuros como
las sombras de la oscuridad.
Al verlo acercarse, Bruno se puso al acecho y
comenzó a ladrar con el objetivo de atacarlo.
En cambio, a mí, me inspiro confianza. No
percibí ninguna sensación de peligro en él.
Una vez que calme a mi perro. Juan me
saludó y pasó de largo.
Así fue transcurriendo el tiempo, hasta que un
día llegó, y me pidió permiso para sentarse a descansar un poco en la piedra en
la que yo estaba sentada. Se lo veía agotado. Asentí. Se
sentó y se puso a contemplar el panorama ensimismado, como si nadie más que él
estuviera ahí.
Al rato, me comentó
“Estuve mucho tiempo buscando un sentido, sin
haberme dado cuenta que estaba andando por él. Por eso ahora lo
entiendo."
“Mire… Las nubes, se mueven
silenciosas, lentamente. Se van juntando y tomando formas, y
disolviéndolas, porque es su manera eterna de poder permanecer.
Aunque muchas veces, no puedan evitar precipitarse como lluvia al suelo.”
Se quedó callado un rato.
“No existen palabras que puedan explicar este
universo tan repleto de sonidos y a la vez con tan inmensa sensación de
soledad.”
Mientras el desconocido hablaba mirando al
vacío, me puse a pensar en lo bien que expresaba esas ideas tan
complejas. Parecía haber aprendido esa sabiduría que solo se adquiere con
las vivencias perdidas.
Aunque de repente se detuvo nos miró, se paró y
me dijo.
“Gracias por el descanso. Es tan largo el camino y tan corto el instante de felicidad” Y se retiró.
Lo observé partir. A medida que se iba yendo, a la vez, iba demostrando su nivel de ansiedad por la custodia del paisaje
Parecía que atrapaba aventuras de vuelos por la
senda de las motivaciones para llevar mensajes existenciales
al porvenir.
Juan, andaba por la vida
como si estuviera de viaje.
Al día siguiente, me apuré, quería encontrarme
con ese ser tan intrigante.
No pasó mucho tiempo hasta que lo vi llegar.
“Hola” Le dije.
“Hola señorita. ¿Puedo quedarme otra vez
a descansar?
“Claro señor. Mire, le traje agua y
fruta.”
“Gracias! Con esto seguro voy
a recuperar mis fuerzas para seguir.
Se sentó y mientras comía una manzana se puso
otra vez a contemplar la nada. Nuevamente, se quedó con sigo mismo un
largo rato.
Parecía sentirse placentero así.
De pronto, me miró y me dijo.
“Ve aquella piedra en la colina más alta.”
“Si” le respondí
“Allí habita un águila. Es un ave depredadora, que caza para
alimentarse.
Vuela hasta
encontrar grandes alturas y luego se larga en picada sobre sus presas.
Ella sabe que
el precipicio está repleto de peligros, y le produce mucho miedo.
Aunque
también que debe enfrentar desafíos, superar los miedos y tomar
riesgos. Las águilas, son una gran inspiración, para
el deseo de lograr algo.
Se quedó pensando
un rato en no se qué cosa, y luego se paró me dijo “gracias señorita por el
agua y el alimento”.
Y partió como
si es tuviera apurado.
Lo
volví a ver muchas veces, tantas como las que fui a la casa de la colina.
Para Juan,
siempre había un motivo que
lo hacía soñar, sonreír y seguir.
A veces, sus palabras sonaban
como si cantaran la
canción de los reencuentros y en otras, como si se acongojaran y
aparentaran hacer llover de tristezas las sorprendentes tardes de la colina.
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