11 octubre 2025

El solitario

El solitario

Lo conocí un verano en el que fuimos a visitar a mis abuelos.  Ellos vivían en una casa que quedaba en una colina.

Como en otros lugares, ahí también había un personaje que se había vuelto leyenda, transmitiendo valores y creencias de esa cultura. 

No se sabía nada de él.

Solo que pasaba por la mañana temprano, y regresaba por las tardes.

Lo llamaban “el solitario” o señor Juan”

En ese sitio, la hora de la siesta era sagrada.  Por eso, mi perro y yo, aprovechábamos ese momento, para escaparnos a pasear por la lomada.

 Un día en el que estaba jugando con Bruno, vi acercarse a Juan.   

El hombre era extraño. Caminaba descalzo, tenía un aspecto salvaje y apacible a la vez.  Su pelo era renegrido y largo y sus ojos oscuros como las sombras de la oscuridad.

Al verlo acercarse, Bruno se puso al acecho y comenzó a ladrar con el objetivo de atacarlo.

En cambio, a mí, me inspiro confianza.  No percibí ninguna sensación de peligro en él.

Una vez que calme a mi perro.  Juan me saludó y pasó de largo.

Así fue transcurriendo el tiempo, hasta que un día llegó, y me pidió permiso para sentarse a descansar un poco en la piedra en la que yo estaba sentada.  Se lo veía agotado.  Asentí.  Se sentó y se puso a contemplar el panorama ensimismado, como si nadie más que él estuviera ahí. 

Al rato, me comentó

“Estuve mucho tiempo buscando un sentido, sin haberme dado cuenta que estaba andando por él.  Por eso ahora lo entiendo."

“Mire…  Las nubes, se mueven silenciosas, lentamente.  Se van juntando y tomando formas, y disolviéndolas, porque es su manera eterna de poder permanecer.   Aunque muchas veces, no puedan evitar precipitarse como lluvia al suelo.”

Se quedó callado un rato.

“No existen palabras que puedan explicar este universo tan repleto de sonidos y a la vez con tan inmensa sensación de soledad.”

Mientras el desconocido hablaba mirando al vacío, me puse a pensar en lo bien que expresaba esas ideas tan complejas.  Parecía haber aprendido esa sabiduría que solo se adquiere con las vivencias perdidas.

Aunque de repente se detuvo nos miró, se paró y me dijo.

“Gracias por el descanso.  Es tan largo el camino y tan corto el instante de felicidad” Y se retiró.

Lo observé partir.  A medida que se iba yendo, a la vez, iba demostrando su nivel de ansiedad por la custodia del paisaje

Parecía que atrapaba aventuras de vuelos por la senda de las motivaciones para llevar mensajes existenciales al porvenir.

Juan, andaba por la vida como si estuviera de viaje.

 

Al día siguiente, me apuré, quería encontrarme con ese ser tan intrigante.

No pasó mucho tiempo hasta que lo vi llegar.

“Hola” Le dije.

“Hola señorita.  ¿Puedo quedarme otra vez a descansar?

“Claro señor.  Mire, le traje agua y fruta.”

“Gracias! Con esto seguro voy a recuperar mis fuerzas para seguir.

Se sentó y mientras comía una manzana se puso otra vez a contemplar la nada.  Nuevamente, se quedó con sigo mismo un largo rato.

Parecía sentirse placentero así.

De pronto, me miró y me dijo.

“Ve aquella piedra en la colina más alta.”

“Si” le respondí

“Allí habita un águila.   Es un ave depredadora, que caza para alimentarse.

Vuela hasta encontrar grandes alturas y luego se larga en picada sobre sus presas.

Ella sabe que el precipicio está repleto de peligros, y le produce mucho miedo.

Aunque también que debe enfrentar desafíos, superar los miedos y tomar riesgos.  Las águilas, son una gran inspiración, para el deseo de lograr algo.

Se quedó pensando un rato en no se qué cosa, y luego se paró me dijo “gracias señorita por el agua y el alimento”.

Y partió como si es tuviera apurado.

Lo volví a ver muchas veces, tantas como las que fui a la casa de la colina.

Para Juan, siempre había un motivo que lo hacía soñar, sonreír y seguir.

A veces, sus palabras sonaban como si cantaran la canción de los reencuentros y en otras, como si se acongojaran y aparentaran hacer llover de tristezas las sorprendentes tardes de la colina.

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